¿Puede reducir el riesgo de desarrollar esclerosis múltiple si sigue siempre una dieta sana? ¿Y es posible que los pacientes que ya padecen EM estén más en forma debido a un consumo bajo en grasas? En el Congreso ACTRIMS-ECTRIMS de Boston, varias ponencias abordaron la relación entre los patrones dietéticos y la EM. Aún queda mucho por hacer. Por el momento, la alimentación sana parece ofrecer pocos beneficios, al menos en términos de prevención. Otras ponencias estuvieron dedicadas a los cannabinoides y su influencia en los signos objetivos de la espasticidad.
(ag) Además de las presentaciones sobre los hábitos alimentarios en la esclerosis múltiple (EM), también hubo novedades sobre los cannabinoides. Sativex® está indicado en Suiza para la mejora de los síntomas en pacientes con espasticidad de moderada a grave debida a la EM. Se utiliza en pacientes que no han respondido adecuadamente a otra terapia antiespástica. Los pacientes deben mostrar mejoras clínicamente significativas de los síntomas durante un ensayo de terapia inicial. Aunque el principio activo cannabinoide también está aprobado en otros países europeos, esto no se aplica a los EE.UU.: un subcomité de la Academia Americana de Neurología había confirmado en marzo de 2014 en una revisión [1] que el Sativex® puede ayudar contra las quejas subjetivas de espasticidad y el dolor, pero la eficacia según las mediciones objetivas de la espasticidad es bastante improbable.
Un grupo de estudio dirigido por la doctora Letizia Leocani, de Milán, quería demostrar lo contrario. Se recogieron medidas objetivas y subjetivas de la espasticidad en un estudio controlado a doble ciego. Los participantes fueron 43 personas con EM progresiva (aproximadamente la mitad mujeres) con una puntuación de discapacidad en la escala EDSS de 3,5-6 y espasticidad clínicamente probada (Escala de Ashworth modificada [MAS] >1 en una o más extremidades). Se les asignó aleatoriamente a recibir Sativex® (2 semanas de dosis titulada, 2 semanas de dosis estable) o placebo durante cuatro semanas. A un lavado de dos semanas le siguió otra fase cruzada ciega de cuatro semanas. Al principio y al final de cada fase se recogieron las siguientes medidas objetivas y subjetivas de la espasticidad: MAS, escalas de valoración numérica (NRS) de la espasticidad y el dolor, marcha de 10 metros, escala de gravedad de la fatiga, así como medidas neurofisiológicas (potenciales evocados motores [MEP], relación H/M, inhibición/facilitación intracortical).
Mejora de la MAS, correlación con la NRS
Cinco pacientes terminaron el tratamiento antes de tiempo. Las razones eran a veces mareos, sensación de debilidad y pancreatitis aguda. Otros cuatro no pudieron seguir analizándose debido a análisis de orina positivos en THC en la fase de lavado.
Las puntuaciones MAS mejoraron significativamente con verum (p=0,009). Esta mejora también se correlacionó significativamente con la de la NRS de espasticidad (p=0,025) y casi significativamente (p=0,051) con la relación H/M. Los investigadores también descubrieron que había un número significativamente mayor de respondedores al MAS (es decir, una mejora de al menos el 20%) con la terapia verum (41,2 frente a 11,8%, p=0,018). Sin embargo, aparte de la tendencia en la relación H/M, no se encontraron diferencias relevantes entre los brazos de tratamiento ni correlaciones en las mediciones neurofisiológicas. Según el ponente, esto es un indicio de que otros procesos espinales y supraespinales aún no investigados podrían ser importantes en la patogénesis de la espasticidad. No obstante, este pequeño estudio había demostrado que no sólo pueden mejorarse los factores autoinformados, sino también las medidas clínicamente objetivas, como la EAM.
Estilo de vida y EM
Las comorbilidades de la EM, como la depresión, cuya prevalencia a lo largo de la vida es del 50% según la doctora Ruth Ann Marrie, de Winnipeg, están cobrando cada vez más importancia. Esto incluye también factores concomitantes no mentales como el consumo de nicotina, el sobrepeso y la obesidad. A menudo se encuentran en el curso de la vida de las personas que desarrollan EM y representan factores modificables que pueden contribuir a la predisposición a la enfermedad, pero también a su curso tras la aparición. “Por ejemplo, trabajos anteriores han encontrado una fuerte asociación entre la obesidad en la adolescencia y un aumento del riesgo de padecer EM. También podría influir en el fenotipo tras la aparición de la enfermedad. El tabaquismo, a su vez, tiene un efecto perjudicial en la progresión de la discapacidad. En cualquier caso, es importante que conozcamos mejor estos cofactores y su influencia en la EM”, explicó Marrie.
Uno de estos intentos lo llevó a cabo el grupo de investigación dirigido por la doctora Dalia Rotstein, de Boston: comprobaron la asociación entre ciertos patrones dietéticos y el riesgo de padecer EM. “Los estudios anteriores no permitían sacar conclusiones claras, excepto en el caso de la vitamina D”, afirma el experto. “Sin embargo, dado que se ha demostrado que otras enfermedades crónicas están asociadas y que la obesidad se considera un posible cofactor de la predisposición a la EM, iniciamos el primer gran estudio prospectivo sobre la calidad de la dieta y el riesgo de EM. Se estudiaron 185 000 mujeres de los dos Nurses Health Studies”. Las mujeres habían rellenado un cuestionario sobre sus hábitos alimentarios cada cuatro años. Desde la referencia de 1984 (hasta 2009) se produjeron 480 nuevos casos de EM, un número bastante bajo en comparación con la población total. A partir de los cuestionarios, los investigadores calcularon las medidas de varios índices cualitativos de nutrición (“alimentación sana”). Estos índices proceden principalmente de la prevención de enfermedades cardiovasculares. Se determinaron los patrones y la calidad de la ingesta alimentaria.
Sin efecto de la dieta
Ninguno de los tres índices dietéticos revisados se asoció significativamente con el riesgo de EM: El hecho de que las mujeres siguieran una dieta sana y de calidad no influyó en su riesgo de desarrollar EM. Se distinguieron dos patrones dietéticos: los autores los denominaron la ingesta dietética “occidental” y la “reflexiva”. El primero consistía en mucha carne roja y procesada, azúcar y pocos nutrientes vegetales no procesados, mientras que el segundo incluía muchas verduras, fruta, cereales integrales, pescado y aves de corral. Ninguna de las dos formas se asoció con el riesgo de MS.
“Una posible explicación es que los hábitos alimentarios se recogieron entre adultos (las mujeres más jóvenes tenían 25 años) y no entre adolescentes. Suponemos que los inventarios en esta fase de desarrollo habrían tenido un efecto mayor”, explicó el ponente. “Además, sólo recogimos índices, es decir, la calidad generalizada de la dieta, y no los alimentos específicos. Los datos se basaron en autoevaluaciones. Sin embargo, basándonos en este estudio, tenemos que asumir que los patrones dietéticos que se consideran saludables para la salud cardiovascular no aportan ningún beneficio en la EM.”
Un poco de grasa mejora la fatiga
Otro estudio, también presentado en el congreso, llegó a la conclusión contraria. Sin embargo, esta vez no se trataba del riesgo de esclerosis múltiple, sino de los efectos de la dieta en los síntomas. El ensayo controlado aleatorio probó una dieta muy baja en grasas basada en nutrientes vegetales (<se permitió que el 10% de las calorías procedieran de la grasa). Participaron 61 personas con EM recurrente-remitente (EMRR): 32 se sometieron a la dieta y 29 formaron parte del grupo de control. Se continuó inmediatamente con la medicación correspondiente. Seis personas del primer brazo y dos del segundo se separaron. La muestra estaba formada por pacientes con EMRR con una duración media de la enfermedad de 5,3 años, una EDSS de 2,5 y una edad de 41 años. Al comienzo del cambio dietético, los participantes fueron “entrenados” para la dieta durante diez días como pacientes hospitalizados.
Las dietas bajas en grasas mejoraron significativamente la fatiga, tanto en la puntuación de la Severidad de la Fatiga (p=0,017) como en la del Impacto Modificado de la Fatiga (p< 0,001). Los investigadores también hallaron una tendencia al aumento de la calidad de vida en el cuestionario SF-36, que evalúa la calidad de vida relacionada con la salud (p=0,075). Los beneficios en la fatiga ya eran mensurables un mes después de la aleatorización y se mantuvieron durante todo el periodo de estudio (más de un año). “Comprobamos regularmente el cumplimiento de los dos grupos. Dado que siempre fue buena, podemos suponer que el consumo bajo en grasas está asociado efectivamente a una mejora de la fatiga y posiblemente también a una mayor calidad de vida”, concluyó el líder del estudio, el Dr. Vijashree Yadav, de Portland.
Fuente: Congreso ACTRIMS-ECTRIMS, 10-13 de septiembre de 2014, Boston
Literatura:
- Yadav V, et al: Resumen de la directriz basada en la evidencia: Medicina complementaria y alternativa en la esclerosis múltiple. Informe del Subcomité de Desarrollo de Directrices de la Academia Americana de Neurología. Neurología 2014; 82(12): 1083-1092.
InFo NEUROLOGÍA Y PSIQUIATRÍA 2014; 12(6): 44-46