Los trastornos mentales más comunes en los pacientes oncológicos incluyen los trastornos de adaptación, los trastornos de ansiedad, los trastornos afectivos, la fatiga relacionada con el cáncer y el delirio. El estrés psicológico debe reconocerse en una fase temprana y deben ofrecerse a tiempo servicios de apoyo psicooncológico. La evaluación psicooncológica rutinaria y, en caso necesario, el tratamiento psicofarmacológico-psicoterapéutico combinado deben formar parte de todo plan terapéutico. Las intervenciones psicooncológicas deben ofrecerse en función de las necesidades individuales en todas las fases del tratamiento del tumor.
Cáncer es un término genérico que designa una variedad de enfermedades malignas que pueden afectar a cualquier órgano o sistema del cuerpo y que tienen pronósticos diferentes según el momento del diagnóstico, la gravedad y la localización. En Suiza, la incidencia del cáncer ha aumentado en los últimos años. Según la Oficina Federal de Estadística (OFE), cada año se diagnostica cáncer a unas 38.500 personas, y la distribución y frecuencia de la enfermedad tumoral varía en función del sexo. En las mujeres, el cáncer de mama es la enfermedad tumoral más frecuente, con 5732 nuevos casos, mientras que en los hombres lo es el cáncer de próstata, con 6236 nuevos casos anuales. El cáncer es la segunda causa de muerte en ambos sexos después de las enfermedades cardiovasculares [1].
Gracias a los enormes avances médicos y terapéuticos en oncología mediante la mejora de la detección precoz, el diagnóstico y las opciones de tratamiento, las tasas de supervivencia de la mayoría de los tipos de tumores han mejorado significativamente en los últimos años. Sin embargo, los pacientes tienen que hacer frente a una fase de terapia agotadora y estresante, que a veces puede tener consecuencias y secuelas físicas y psicológicas duraderas. Por ello, en el tratamiento oncológico se concede una importancia central a la calidad de vida de los pacientes afectados. Tareas importantes del servicio de consulta y enlace en el tratamiento de pacientes oncológicos son el diagnóstico psicooncológico, así como el asesoramiento psicosocial y el apoyo en el afrontamiento de la enfermedad para mejorar la salud mental y el deterioro funcional [2].
Las tensiones psicológicas más comunes que se encuentran en el trabajo psiquiátrico y psicooncológico de consulta incluyen los trastornos de adaptación, los trastornos de ansiedad, los trastornos depresivos, pero también los trastornos del sueño, la fatiga (fatiga relacionada con el cáncer) y el delirio. Este artículo está dedicado a los trastornos mentales más frecuentes en el tratamiento de pacientes oncológicos en el servicio de consulta y enlace.
Estrés psicológico de las enfermedades oncológicas
La confrontación inesperada con una enfermedad tumoral supone para muchos de los afectados una crisis existencial que requiere una enorme adaptación. Las inminentes intervenciones diagnósticas, las terapias y sus efectos en la integridad física y en el entorno social y profesional desencadenan mucha incertidumbre, miedos y sentimientos de agobio e impotencia. Los efectos secundarios de la terapia tumoral (quimioterapia y radioterapia, intervenciones quirúrgicas) pueden experimentarse como muy estresantes y perjudicar importantes funciones cotidianas. Dependiendo de la enfermedad tumoral, la vida puede verse amenazada, el dolor crónico, la inmovilización física, pero también los estigmas físicos visibles (por ejemplo, tras una mastectomía), que cambian radicalmente el entorno vital de los afectados y provocan deficiencias en el rendimiento físico y psicológico. Normalmente, los niveles más altos de estrés se observan en pacientes que padecen una enfermedad oncológica de mal pronóstico y alta mortalidad [3–5].
Tasas de prevalencia de los trastornos mentales en pacientes oncológicos
Las tasas de prevalencia de los trastornos mentales en pacientes con tumores encontradas en la literatura varían mucho en función de los grupos de pacientes estudiados y de los instrumentos de examen utilizados. Según los estudios actuales, aproximadamente el 25-40% de todos los pacientes oncológicos desarrollan un trastorno mental que requiere tratamiento en el curso del tratamiento del tumor [5–8]. Diversos estudios indican que los pacientes con tumores de pulmón, tumores ginecológicos, mama-Ca, tumores cerebrales y ORL, así como tumores gastrointestinales muestran las puntuaciones de estrés más elevadas, mientras que los pacientes con próstata-Ca son los que desarrollan menos comorbilidades psicológicas [9,10]. Además, en un amplio estudio publicado recientemente (n=304 118), fue posible [11] descubrió que los pacientes oncológicos presentaban un mayor riesgo de desarrollar un trastorno mental ya 10 meses antes del diagnóstico de cáncer, la tasa de comorbilidades mentales aumentaba significativamente en la primera semana tras el diagnóstico, disminuía significativamente después y la tasa de comorbilidades mentales se mantenía elevada hasta 10 años después del diagnóstico de un tumor.
Etiología de los trastornos mentales
Una característica especial de la atención psicooncológica es el hecho de que la experiencia emocional o el comportamiento de los pacientes oncológicamente enfermos no debe entenderse en la mayoría de los casos como un trastorno patológico, sino en gran medida como una reacción natural de estrés ante la enfermedad tumoral y el tratamiento. Dependiendo de los recursos disponibles, sentimientos como la pena, la desesperación, el desamparo y la desesperanza, el miedo a perder la autonomía y la dependencia, y/o el sentirse abrumado por cuestiones existenciales pueden provocar un enorme estrés psicológico e incluso el desarrollo de un trastorno mental. Las fases especialmente críticas para la manifestación de los trastornos mentales incluyen el momento del diagnóstico, la aparición de una recaída o la progresión del tumor. Sin embargo, la experiencia clínica demuestra que los pacientes afectados pueden sentirse agobiados psicológicamente en cualquier momento del tratamiento del tumor, incluso mucho después de haber finalizado la terapia tumoral [12].
Las consideraciones etiopatogénicas sobre el desarrollo y la manifestación del estrés psicológico en pacientes oncológicos se basan en interrelaciones multidimensionales y multifactoriales. El dolor, una elevada carga de síntomas físicos, la fatiga relacionada con el cáncer (FRC), así como los trastornos psicológicos previamente conocidos pueden, por ejemplo, favorecer la aparición de trastornos psicológicos en pacientes con cáncer. Otros factores de vulnerabilidad para el desarrollo de un trastorno mental en el curso del tratamiento tumoral incluyen factores sociodemográficos como la edad, el sexo femenino, el apoyo social, el nivel educativo y el estatus socioeconómico, así como factores médicos como la dignidad del tumor, el estadio tumoral y la exposición al tratamiento específico del tumor [7,10]. Un estudio publicado recientemente por Meyer et al. (2015) [4] ilustra de forma impresionante que el riesgo de depresión aumenta con la progresión de la enfermedad. En resumen, los trastornos psicológicos en pacientes oncológicos pueden tener consecuencias de gran alcance para el éxito del tratamiento y la mortalidad [13], deteriorar masivamente la calidad de vida y provocar un aumento de las complicaciones postoperatorias, hospitalizaciones más largas y también un menor cumplimiento del tratamiento [14].
Diagnóstico
Dependiendo del tipo, el grado de gravedad y la duración, los cambios en el bienestar mental/emocional también pueden diagnosticarse como un trastorno mental en el sentido de comorbilidad psiquiátrica. Al igual que el reconocimiento precoz de la necesidad de un tratamiento psicooncológico, la aclaración exacta del diagnóstico diferencial y la diferenciación entre una reacción normal al estrés y un trastorno mental es de vital importancia para poder iniciar a tiempo el apoyo especializado y contrarrestar una posible cronificación. El diagnóstico de los trastornos mentales en pacientes oncológicos se realiza en el área de consulta/enlace según los criterios de la CIE-10 o del DSM-V. La tabla 1 ilustra los criterios CIE-10 de las comorbilidades más frecuentes en pacientes oncológicos. Además, hoy en día existe un gran número de instrumentos válidos y estandarizados para evaluar la gravedad de la deficiencia mental. En el ámbito clínico, se suele utilizar el Termómetro de la Angustia [15] para evaluar la angustia psicológica y laEscala Hospitalaria de Ansiedad y Depresión (HADS) [16] para diagnosticar la ansiedad o el trastorno depresivo de un paciente.
Las comorbilidades mentales más comunes en pacientes con tumores
Trastorno de adaptación (CIE-10: F43.2): Tanto la CIE-10 [17] como el DSM-5 [18] definen un trastorno de adaptación como una alteración emocional resultante de un estrés identificable de magnitud no catastrófica (por ejemplo, pérdida por separación, muerte, emigración, enfermedad física grave) en el plazo de uno (CIE-10) o tres (DSM-V) meses tras el inicio del estrés. Los síntomas de un trastorno de adaptación son similares a los de los trastornos afectivos (reacción depresiva breve o prolongada), neuróticos (ansiedad, preocupación, tensión), por estrés o somatomorfos, y del comportamiento social, pero nunca cumplen el cuadro completo de estos criterios diagnósticos y deben producirse en el plazo de un mes tras la exposición y persistir durante no más de 6 meses, excepto en el caso de la reacción depresiva prolongada, que puede durar hasta 2 años tras la exposición. Los síntomas deben ser clínicamente significativos en el sentido de que causen una angustia importante o un deterioro en el funcionamiento ocupacional, social o de otro tipo, pero que no puedan explicarse en términos de simple duelo [19]. Las tasas de prevalencia de los trastornos de adaptación en pacientes oncológicos oscilan entre el 8 y el 15,4% [3,6,9,20].
Trastorno por estrés postraumático (CIE-10: F43.1): Los pacientes pueden reaccionar a un diagnóstico de cáncer, a la progresión de la enfermedad, a complicaciones médicas, a un trasplante de células madre o a un tratamiento en cuidados intensivos con una respuesta de estrés. Se caracteriza por estados emocionales como el shock, el entumecimiento y la negación, la desesperación y la desesperanza. Como resultado, pueden manifestarse síntomas depresivos o ansiosos. La investigación científica indica que un diagnóstico de cáncer también puede desencadenar síntomas de trastorno de estrés postraumático (TEPT). El TEPT se define según los criterios de la CIE-10 como un trastorno clínico que incluye respuestas cognitivas, emocionales, conductuales y fisiológicas que pueden producirse de forma retardada en respuesta a un acontecimiento estresante o traumático. Los síntomas clínicos son la experiencia repetida del trauma en forma de recuerdos imponentes, sueños o pesadillas que se producen sobre un fondo de una sensación persistente de entumecimiento y embotamiento emocional. Otras características son la indiferencia, la apatía, la falta de alegría y la evitación de actividades y situaciones que puedan evocar recuerdos del trauma. Además, se produce una sobreexcitación vegetativa con aumento de la vigilancia, nerviosismo excesivo y trastornos del sueño. La ansiedad y la depresión suelen ir asociadas a los síntomas y características anteriores. Los datos empíricos sobre el TEPT en pacientes oncológicos son contradictorios. Las tasas de prevalencia varían ampliamente entre el 7,3 y el 20% dependiendo de los instrumentos de encuesta utilizados [21,22].
Trastorno de ansiedad (CIE-10: F41): Según los criterios de la CIE-10, los trastornos de ansiedad son trastornos mentales caracterizados por reacciones de miedo exageradas o miedo concreto en relación con un peligro real. A diferencia de los miedos patológicos, los miedos en los pacientes con tumores deben considerarse como una reacción a un peligro real en el sentido de una amenaza existencial o una incertidumbre sobre el curso ulterior de la enfermedad. Así, los miedos en los pacientes tumorales se producen sobre todo como reacción al dolor, la pérdida de control y autonomía, la violación de la integridad física o la progresión de la enfermedad (ansiedad de progresión). Los síntomas físicos de los trastornos de ansiedad son inquietud motora, palpitaciones, mareos, sudoración, temblores, palpitaciones, dolor torácico, dificultades respiratorias, cefaleas tensionales, alteraciones del sueño y/o temblores. En el tratamiento psicooncológico, los trastornos de pánico, los trastornos de ansiedad generalizada y los miedos fóbicos son los más frecuentes. Los datos sobre la tasa de prevalencia de los trastornos de ansiedad en pacientes oncológicos oscilan entre el 15 y el 19% [6–9,20,23,24].
Trastornos depresivos (CIE-10: F32, 33): La tristeza y el abatimiento en respuesta a un diagnóstico de cáncer son reacciones humanas adecuadas y normales. A diferencia de la depresión, los síntomas son sólo temporales, menos pronunciados y fluctúan a lo largo de un día o de un día para otro. La depresión clínica, por su parte, se define según los criterios de la CIE-10 por la presencia de los siguientes síntomas básicos: estado de ánimo deprimido, disminución del impulso, aumento de la fatigabilidad, rumiación (dar vueltas a los pensamientos), capacidad limitada para la alegría (anhedonia), pérdida de interés, trastornos de la concentración/sueño y pérdida de apetito. Además, existen perspectivas de futuro negativas y pesimistas, sentimientos de culpa y sentimientos de inutilidad. Además, la autoestima y la confianza en uno mismo casi siempre se ven mermadas. Para un trastorno depresivo moderado, deben cumplirse al menos cuatro de los criterios anteriores y persistir durante un periodo de 2 semanas [10]. Las tasas de prevalencia notificadas de trastornos depresivos en pacientes oncológicos varían ampliamente entre el 4 y el 16,5%, asociándose cánceres como el de pulmón, mama, cabeza y cuello y tumores gastrointestinales [6–10,20,23,24] con un mayor riesgo de depresión. Además, la depresión en pacientes con tumores se asocia a un riesgo de suicidio dos veces mayor que en la población general, siendo el riesgo de suicidio especialmente elevado en los primeros seis meses tras el diagnóstico y en pacientes con enfermedad tumoral avanzada y mal pronóstico [25]. Los pensamientos o fantasías suicidas en pacientes oncológicos con enfermedad avanzada son comunes en el sentido de una posibilidad de mantener el control (solución para acabar con el sufrimiento) o un grito de ayuda (“ya no soy capaz de hacer frente a la realidad”). La suicidalidad es una complicación grave en el tratamiento de los pacientes tumorales y debe abordarse en el siguiente esquema para una valoración y evaluación válidas: 1) Encuesta sobre intenciones, ideas, pensamientos y planes suicidas; 2) Encuesta sobre los factores de riesgo y de protección, incluidos los actos suicidas pasados; 3) Determinación de las intervenciones objetivo necesarias. Naturaleza de los pensamientos suicidas, planes de suicidio [26]. Además, se necesita apoyo psicofarmacológico y psicológico para afrontar la situación de la enfermedad. Como muestran los resultados de un estudio, el deseo de morir disminuye en la mayoría de los casos cuando los pacientes pueden contar su angustia, se les escucha y se les muestra comprensión [27].
Delirio (CIE-10: F05): Según la CIE-10, el delirio se define como un síndrome cerebral-orgánico etiológicamente inespecífico y se caracteriza por una alteración simultánea de la conciencia, la atención, la percepción, el pensamiento, la memoria, la actividad psicomotriz, la emotividad y el ritmo sueño-vigilia. El delirio tiene un inicio agudo en relación temporal con una enfermedad física, un curso fluctuante y una etiología subyacente. Las clasificaciones más detalladas según la CIE-10 son el delirio sin demencia (CIE-10: F05.0), el delirio postoperatorio de etiología multifactorial (CIE-10: F05.8) y el delirio no especificado (CIE-10: F05.9). Entre los factores que pueden desencadenar el delirio en los pacientes oncológicos se encuentran los sedantes, los narcóticos, los anticolinérgicos, las infecciones, la fiebre, la anemia, los desequilibrios electrolíticos y los procedimientos quirúrgicos. La edad avanzada (> 65 años), la demencia y el cáncer avanzado son factores de riesgo significativos para el desarrollo del delirio. La prevalencia del delirio en pacientes oncológicos en entornos hospitalarios varía entre el 12% y el 45% en función del tamaño de la muestra, el grupo de pacientes y los instrumentos de prueba utilizados [28–31].
Trastornos orgánicos de la personalidad o del comportamiento (CIE-10: F07.0): Los trastornos orgánicos de la personalidad o del comportamiento debidos a una enfermedad, daño o disfunción cerebral se caracterizan por un cambio en los patrones de comportamiento premórbidos y afectan a la expresión de afectos, impulsos y necesidades, a las capacidades cognitivas como la atención y la memoria, y al comportamiento sexual. Este trastorno también se denomina síndrome cerebral frontal, que suele darse en pacientes con enfermedades que afectan a los lóbulos frontales, como los tumores cerebrales. Los datos sobre las tasas de prevalencia de trastornos orgánicos de la personalidad en pacientes con tumores cerebrales varían entre el 10% y el 42% [32–34].
Fatiga relacionada con el cáncer (CIE-10: R53): Según las directrices de la Red Nacional Integral del Cáncer (NCCN). [35]), la Fatiga relacionada con el cáncer (CrF) definida como un “agotamiento físico, emocional y/o cognitivo persistente (persistente) en forma de debilidad y fatiga, acompañado de una falta de energía y de impulso subjetivamente percibida, típicamente desproporcionada con respecto a los niveles de actividad, que afecta a los niveles habituales de funcionamiento y que no mejora con un tiempo de recuperación o de sueño adecuado”. Los efectos de los síntomas de fatiga son complejos y pueden afectar a aspectos físicos, cognitivos y afectivos. Los pacientes informan de sentimientos de fatiga y falta de energía, un rendimiento físico muy reducido, una mayor sensación de dolor, deterioro de la memoria y la concentración, e incluso falta de empuje e interés. Muchos de los pacientes afectados sufren a menudo trastornos psicológicos como ansiedad o estado de ánimo depresivo [36]. Estas dolencias pueden mermar considerablemente la calidad de vida y también tener consecuencias devastadoras con un afrontamiento inadecuado de la vida cotidiana, retraimiento social e incluso incapacidad para trabajar y ganarse la vida con cargas financieras. Las tasas de prevalencia de la CrF son elevadas y afectan aproximadamente al 60-96% [37] de los pacientes oncológicos durante el tratamiento y aproximadamente al 34% de los pacientes entre 5 y 10 años después de finalizar el tratamiento [38].
Opciones de tratamiento
Además del reconocimiento oportuno de los síntomas psiquiátricos que requieren tratamiento, es importante el inicio adecuado de la terapia. Además, será necesaria una reevaluación en el transcurso de la terapia y, en caso necesario, un ajuste de la misma. El tratamiento de un trastorno de ansiedad o de un episodio depresivo de moderado a grave en el ámbito clínico se realiza idealmente mediante una terapia combinada psicofarmacológica y psicooncológica de apoyo. En general, el tratamiento ofrecido debe ser de bajo umbral y posible de forma selectiva y según las necesidades individuales. Las ofertas de tratamiento también deben dirigirse a los familiares.
Terapia psicofarmacológica
El uso de terapia psicofarmacológica para la ansiedad y la depresión se recomienda en función de la gravedad, la duración y el tipo de síntomas. En el tratamiento de los trastornos depresivos de moderados a graves, suelen utilizarse antidepresivos del grupo de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), especialmente el citalopram o la sertralina, para aumentar el impulso y mejorar el estado de ánimo, o antidepresivos tetracíclicos como la mirtazapina para estabilizar el estado de ánimo, regular el sueño y/u optimizar el apetito. Para la ansiolisis o el tratamiento de los ataques de pánico en el ámbito clínico, se recomienda utilizar benzodiacepinas (por ejemplo, lorazepam) para el tratamiento sintomático a corto plazo. El lorazepam tiene un inicio de acción fuerte y rápido con una semivida de 12-16 horas. Tiene un efecto ansiolítico, sedante, anticonvulsivo y favorecedor del sueño, pero sólo debe utilizarse durante poco tiempo debido al considerable potencial de dependencia. Los efectos secundarios incluyen sedación, somnolencia, confusión, adormecimiento, alteraciones mentales o del comportamiento [39].
El tratamiento del delirio en el entorno clínico se rige por procedimientos estandarizados para la prevención, la detección precoz y el tratamiento del delirio, así como por el uso de herramientas de evaluación estandarizadas y validadas para el delirio (por ejemplo, la lista de comprobación para la detección del delirio en cuidados intensivos [ICDSC] [40]). La terapia farmacológica sintomática del delirio incluye la reducción de los factores inductores del delirio en combinación con neurolépticos típicos (haloperidol, pipamperona) o atípicos, como la olanzapina, la quetiapina o la risperidona. Se ha documentado una alteración del tiempo QT, por lo que estos fármacos sólo deben administrarse bajo control del ECG. Además, deben tomarse medidas específicas no farmacológicas para minimizar los factores que desencadenan el delirio, por ejemplo, regulando el ritmo sueño-vigilia, ingiriendo suficientes líquidos, movilizándose, instalando ayudas de orientación, llevando gafas y audífonos y evitando el dolor [41].
Un trastorno orgánico de la personalidad (síndrome cerebral frontal) se trata mejor con una combinación de farmacoterapia y psicoterapia (antidepresivos en el caso de un impulso claramente reducido, cuadros clínicos apáticos o neurolépticos de baja potencia en el caso de un aspecto distante-agresivo) [42].
Cuando está indicada una terapia psicofarmacológica, deben sopesarse cuidadosamente los beneficios individuales frente a los posibles efectos secundarios (mareos, somnolencia, fatiga, náuseas, pérdida de libido) y las interacciones con la terapia tumoral. Los antidepresivos tricíclicos, algunos ISRS (paroxetina, fluoxetina, flufoxamina) y la hierba de San Juan (Hypericum), en particular, tienen un efecto inhibidor sobre el sistema del citocromo (incluido el CYP2D6) y pueden provocar una reducción de los niveles de tamoxifeno, por ejemplo [43]. También debe tenerse en cuenta que prácticamente todos los ISRS y neurolépticos atípicos potencian el efecto de prolongación del QTc de muchos fármacos oncológicos [44]. A la hora de recomendar fármacos psicotrópicos, el principio es que cuantas menos interacciones posibles, mejor.
Psicoterapia
La terapia cognitivo-conductual (TCC) se considera un método terapéutico eficaz en el tratamiento de la ansiedad o los trastornos depresivos en pacientes con enfermedades oncológicas [45]. La TCC se centra en cambiar las cogniciones y conductas disfuncionales que influyen en los síntomas depresivos o los exacerban. Además del tratamiento agudo de los trastornos depresivos, la TCC identifica las estrategias de afrontamiento inadaptadas, refuerza los recursos individuales, ofrece apoyo para afrontar los miedos (miedo a la progresión), los cambios físicos y la aceptación de la enfermedad, y muestra las posibilidades de cambiar las perspectivas vitales.
En psicooncología, los enfoques psicoterapéuticos para encontrar el sentido y reforzar la dignidad y la autodeterminación se han establecido en los últimos años junto a la TCC. Psicoterapia individual o de grupo centrada en el significado (PICS ) según Breitbart [46,47] es un método basado en la logoterapia de Viktor Frankl. [48] Terapia basada en que, a través de sesiones semanales de terapia, se abordan cuestiones como los conceptos individuales y las fuentes de sentido y significado, los conceptos vitales individuales significativos y los aspectos de la historia vital personal, la responsabilidad, la creatividad y los papeles individuales en la familia, el trabajo y la sociedad, así como las cuestiones de la despedida, los finales y la esperanza en el propio futuro. En el caso de la PCIM, se ha demostrado científicamente una mejora significativa del bienestar espiritual y la calidad de vida, pero ninguna mejora de la ansiedad, la depresión o la desesperanza, en pacientes con enfermedad oncológica avanzada.
La Terapia de la Dignidad según Harvey Chochinov [49] es una intervención a corto plazo para reforzar la dignidad individual y la autodeterminación en pacientes con enfermedad oncológica avanzada. La terapia se desarrolló bajo el supuesto de que una enfermedad oncológica avanzada grave va acompañada de una pérdida sustancial de la dignidad y que esto, a su vez, puede desencadenar un deseo de muerte prematura en los pacientes afectados. Mediante la indagación selectiva y la anotación de los recuerdos, deseos y preocupaciones del paciente, el objetivo es aumentar la valoración de la propia vida, apoyar la búsqueda de sentido y reconocer o reforzar el significado de la propia obra vital. Esta narración se guía por una guía de entrevista (Tab. 2), la conversación se graba, se transcribe, se discute con el paciente, se edita y finalmente se entrega al paciente como documento escrito (documento de generatividad). La terapia de la dignidad mostró una mejora significativa de la calidad de vida y la autodeterminación en pacientes con enfermedad oncológica avanzada y aporta un mayor sentido de la dignidad. Además, los familiares también informaron de que la Terapia de la Dignidad les había resultado útil.
La psicooncología ofrece muchos otros métodos psicoterapéuticos con evidencia científica en el tratamiento de la ansiedad, los trastornos depresivos, el dolor y los trastornos del sueño en pacientes oncológicos, entre ellos la terapia de aceptación y compromiso (ACT) [50–52], los métodos de relajación e imaginación (terapia basada en la atención plena) [53], la terapia corporal (acupuntura, terapia respiratoria, Shiatsu, Qi-Gong, etc.) [54] o la musicoterapia y la terapia artística [55].
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