Afecciones que no tienen nada que ver con el cáncer complican y retrasan el diagnóstico del cáncer colorrectal, aunque no provoquen síntomas similares.
Se examinaron las historias clínicas electrónicas de un total de 4.512 pacientes británicos de 40 años o más con un nuevo diagnóstico de cáncer colorrectal entre 2007 y 2009 en busca de las siguientes afecciones [1]:
- Duración del intervalo de diagnóstico, es decir, el tiempo transcurrido entre los primeros síntomas de cáncer colorrectal y el diagnóstico correcto.
- Comorbilidades, clasificadas como “preocupaciones médicas concurrentes” (no relacionadas con el cáncer colorrectal) o como “explicaciones alternativas” (con síntomas similares o iguales a los del cáncer colorrectal).
Los autores se interesaron por la asociación entre el intervalo de diagnóstico, por un lado, y las variables edad, sexo, número de consultas y comorbilidades, por otro.
Las comorbilidades prolongan el intervalo de diagnóstico
Resultó que las comorbilidades tenían una influencia decisiva en el diagnóstico. El número de ambos tipos de comorbilidades se asoció de forma independiente con un intervalo de diagnóstico más largo.
Si existía una única “explicación alternativa”, el diagnóstico se retrasaba un total de nueve días. El mayor retraso fue -como era de esperar- el causado por la enfermedad inflamatoria intestinal crónica, que fue de 26 días (IC 95%: 14-39). Se necesitaron diez días más para un “problema médico concurrente” y un mes entero para al menos cuatro. El 72,9% de los 4.512 pacientes tenía al menos una preocupación de este tipo, el 31,3% tenía una o más “explicaciones alternativas”.
Necesidad de actuar
No es infrecuente que las visitas al médico sean más frecuentes poco antes de un diagnóstico de cáncer, lo que abriría muchas oportunidades para diagnosticar y tratar la enfermedad en una fase temprana. Al parecer, esta oportunidad se desaprovecha con especial frecuencia en los pacientes comórbidos, lo que puede no resultar sorprendente por un lado, ya que hace más complejo el cuadro clínico general. Por otro lado, muchos tumores malignos sólo aparecen a una edad en la que ya están presentes otras enfermedades, por lo que se trata de un grupo completamente normal de la práctica clínica diaria y no de casos especiales.
Las comorbilidades influyeron más claramente en el diagnóstico de los pacientes ancianos, es decir, los mayores de 80 años. Los autores consideran que los retrasos son clínicamente significativos y, por lo tanto, ven la necesidad de estrategias para mejorar el diagnóstico y acortar el tiempo hasta el diagnóstico en estas personas afectadas. En principio, probablemente ya se habría hecho mucho con un mayor cumplimiento de las recomendaciones de cribado en algunos grupos de edad.
El estudio no puede responder si el diagnóstico más tardío tuvo realmente un efecto negativo en el pronóstico. El resto de los estudios, sin embargo, hablan en su favor. Los autores sospechan que en algunos casos se produjo una progresión tumoral y complicaciones agudas que podrían haberse evitado con un diagnóstico más precoz. En otros casos, el retraso en el diagnóstico tiene un impacto menor.
Sería posible un diagnóstico más precoz
Probablemente no en menor medida debido a los retrasos antes mencionados, a nivel internacional alrededor del 20% de todos los carcinomas colorrectales sólo se diagnostican tras la correspondiente visita a la sala de urgencias. También, pero no sólo en estos pacientes, un diagnóstico más precoz habría sido bastante realista, así lo demuestra otro estudio de cohortes algo más antiguo [2].
A partir de los datos del registro y de atención primaria, se recopiló información de un total de 1606 pacientes (1029 cánceres de colon y 577 de recto), desde antes del diagnóstico del cáncer. Los resultados mostraron que el 35% y el 15% de los pacientes con carcinoma que habían sido diagnosticados en el contexto de un ingreso de urgencia tenían un “historial” de consultas de dos a cinco años antes comparable al de los pacientes sin el correspondiente ingreso de urgencia. Más del 95% había consultado a su médico un año antes del diagnóstico, por lo que los pacientes de urgencias habían mostrado en general síntomas de alarma significativamente menos relevantes o reales, como una hemorragia rectal, en su historial. Sin embargo, hasta en una quinta parte de ellos ya estaban presentes un año antes del diagnóstico y de la visita a urgencias (18% en el caso del cáncer de colon y 23% en el del cáncer de recto). En todos los pacientes estudiados, el número de visitas al médico había aumentado significativamente en los últimos meses antes del diagnóstico.
Los datos sugieren que los pacientes sin y con complicaciones de urgencia posteriores tenían un historial o contacto con el sistema médico similar y que al menos una quinta parte de todas las urgencias podrían haberse evitado con un diagnóstico más precoz. A la vista de los patrones de consulta similares, es probable que los factores socioeconómicos y los obstáculos como la privación, la pobreza y los seguros deficientes desempeñen un papel menos importante en general, sino más bien factores médicos inherentes como un cribado inadecuado o incorrecto (aquí, por supuesto, vuelven a entrar en juego los parámetros socioeconómicos), procedimientos diagnósticos no sistemáticos/retrasados, complejos sintomáticos difusos o enmascaramiento por comorbilidades. Por ejemplo, la edad avanzada aumentó de hecho la probabilidad de un diagnóstico tardío en el servicio de urgencias: dicho diagnóstico fue significativamente más frecuente en los pacientes mayores de 80 años del estudio.
Literatura:
- Mounce LTA, et al: Las afecciones comórbidas retrasan el diagnóstico del cáncer colorrectal: un estudio de cohortes mediante registros electrónicos de atención primaria. British Journal of Cancer 2017; 116: 1536-1543.
- Renzi C, et al: ¿Difieren los pacientes de cáncer colorrectal diagnosticados de urgencia de los que no lo están en sus pautas de consulta y síntomas? Un estudio longitudinal de vinculación de datos en Inglaterra. Br J Cancer 2016 Sep 27; 115(7): 866-875.
InFo ONCOLOGÍA Y HEMATOLOGÍA 2017; 5(6): 4