“Tres veces una cápsula de la píldora XY por la mañana, al mediodía y por la noche, cada vez a la hora de comer” es una prescripción relativamente clásica para cualquier médico en ejercicio. O bien: “Le prescribo nueve sesiones de fisioterapia, dos veces por semana, con control al final de las mismas”. Y otro ejemplo: “Le declaro de nuevo apto para el trabajo al 50% con efecto inmediato”. Pero, ¿qué hay de la prescripción de actividad física en general? En este sentido, la medicina actual tiene mucho que hacer, aunque se pueden conseguir muy buenos resultados, como muestra este artículo.
La afirmación de que la actividad física tiene una amplitud de efectos beneficiosos para la salud incomparable a la de ningún medicamento actual, y ello incluso sin efectos secundarios significativos y de forma muy barata (véase HAUSARZT PRAXIS 3/2014), apenas causa controversia hoy en día. Nunca se insistirá lo suficiente en lo terapéuticamente eficaz que puede ser una actividad física adaptada y sensata – ¡o “podría” serlo, porque en nuestra medicina actual se hace demasiado poco de esta excelente posibilidad!
Prescripción complicada
“Tres comprimidos por la mañana, al mediodía y por la noche mientras come” es, por tanto, una receta familiar que, sin embargo, debe basarse en datos concretos. Se tienen en cuenta la edad, la estatura, el peso y el sexo, por lo que no todos los pacientes con la misma patología reciben la misma cantidad y dosis. Sin embargo, la situación de la información es muy clara, innumerables referencias permiten hacer lo correcto en situaciones concretas.
Prescribir actividad física es mucho más complicado. Es cierto que la edad, la altura, el peso y el sexo también son parámetros importantes a tener en cuenta. Sin embargo, mucho más importante y mucho más difícil de comprender es la posición física de partida del paciente: ¿Cómo de bien está entrenado ya? ¿Qué tipo de “trabajo” soportará? ¿Qué hay que tener en cuenta? Sólo cuando sepa esto podrá decir cómo tiene que entrenar más para tener su salud aún más bajo control.
Existen buenas opciones para ello y sólo podemos recomendar encarecidamente que cualquier persona que necesite asesoramiento sobre la actividad física obtenga una base de referencia lo más precisa posible. Se recomienda un reconocimiento médico deportivo, es decir, un examen de la cabeza a los pies realizado por un médico con experiencia (en medicina deportiva), un análisis de sangre específico y un ECG . Sin embargo, también es esencial una prueba de rendimiento, al menos una que determine la capacidad de resistencia aeróbica. También sería ideal determinar la fuerza de los principales grupos musculares, pero está claro que esto llevaría algo más de tiempo. Las instituciones especializadas suministran habitualmente estos paquetes de exámenes; son la base objetiva sobre la que se puede construir un buen programa de formación para mantener y mejorar la salud.
Objetivo del estrés
Otra variable importante que debe definirse con precisión es el objetivo del esfuerzo: ¿mejorar la capacidad aeróbica, la fuerza o la flexibilidad y la coordinación? Lo ideal sería tener en cuenta todos los factores de forma física mencionados, siendo la resistencia claramente prioritaria desde el punto de vista de la salud.
A continuación, hay que marcar la frecuencia, la intensidad y la duración del entrenamiento (Tab. 1).
La intensidad de la actividad suele controlarse mediante la frecuencia cardiaca, y el número correcto de latidos para el paciente se determina mejor en función de los valores obtenidos en la prueba de rendimiento. Personalmente, desaconsejamos las innumerables fórmulas del tipo “180 menos la edad” o “60% de 220 menos la edad”. La escala de Borg (Tab. 2) es más imprecisa, pero puede utilizarse bien.
Integrarse en la terapia farmacológica
Un punto muy importante es integrar esta prescripción de actividades físicas en el programa de terapia farmacológica, y ajustarlo si es necesario (dosis de insulina, betabloqueante, etc.). Los betabloqueantes afectan a la frecuencia cardiaca, lo que debe tenerse en cuenta al controlar el ejercicio con el pulso.
Al igual que con la prescripción de medidas médicas “clásicas”, es esencial vigilar cuidadosamente los efectos y efectos secundarios de la actividad física. Al inicio del tratamiento, estos controles deben realizarse con poca antelación (por ejemplo, cada 14 días). Sin embargo, en lo que respecta al pleno desarrollo del efecto, se necesita más tiempo, cuatro semanas como mínimo.
¿Artilugios tecnológicos de apoyo?
En la era de los artilugios electrónicos, no podemos dejar de mencionar las innumerables pulseras y relojes que registran las funciones biológicas, así como los podómetros. Aunque su eficacia no esté científicamente demostrada, pueden desempeñar un papel interesante, por ejemplo en términos de motivación.
Por supuesto, existen medidas más sencillas para determinar esta actividad de formación que pueden utilizarse caso por caso. Una de ellas es la aplicación de la pirámide del movimiento, que muestra cómo mantenerse activo de forma progresiva y sin explicaciones complicadas (Fig. 1).
Sin duda, ¡incluso una “regulación” así es mejor que nada! Tres veces por semana 20-60 min. El entrenamiento de resistencia, más el de fuerza y flexibilidad dos veces por semana debería ser en el futuro cada vez más la prescripción mínima que se encuentre en la receta del médico. Eso es un mínimo, y en realidad sólo lo mejor sería suficiente también en este campo de la medicina. Por lo tanto, una vez más mi más cordial deseo a todos los responsables: En el futuro, este tema debería formar parte de la formación y el perfeccionamiento profesional. La Facultad de Medicina de Familia ya dispone de este tipo de ofertas (www.gesundheitscoaching-khm.ch).
PRÁCTICA GP 2014; 9(6): 4-5