En pacientes renales sanos, beber lo suficiente puede reducir el riesgo de disfunción renal. En la insuficiencia renal crónica, los efectos de la ingesta de líquidos dependen, entre otras cosas, del estadio de la enfermedad. El consumo de sal también desempeña un papel importante.
La prevalencia de la insuficiencia renal crónica es mayor en las personas mayores. Las recomendaciones dietéticas suizas para los adultos mayores señalan que la cantidad de bebida puede reducirse a menudo debido a una menor sensación de sed en la vejez [1]. La Sociedad Alemana de Nutrición recomienda al menos entre 1,5 y 2,5 litros de líquido al día como pauta aproximada, aunque la necesidad individual de líquidos varía en función del estado de salud y la actividad física, así como de otros factores [2]. Los análisis del comportamiento de consumo de alcohol también deben tener en cuenta la cantidad de líquido excretado en la orina o a través de la secreción de sudor, así como la ingesta de sal, explicó el Prof. Dr. med. Peter Mertens, Magdeburgo (D) [3].
Influencia de la conducta de beber con una función renal normal
Se ha demostrado empíricamente que beber mucho es beneficioso en los enfermos renales sanos, ya que se suprime la secreción de la hormona antidiurética (ADH). Según los datos de dos estudios transversales en la población general (n=2744, n=2476), la incidencia de enfermedad renal se reducía en un 50% al beber diariamente 3,2 l/día frente a 1,8 l/día (OR 0,50; IC 95% 0,32-0,77). El consumo de bebidas se encuestó mediante un cuestionario, los encuestados tenían >50 años. Los autores concluyen que una mayor ingesta de líquidos es un factor protector con respecto a la enfermedad renal crónica [4]. Que no es irrelevante qué bebidas se consuman habitualmente lo demuestran los datos de un estudio prospectivo (n=3003) de EE.UU. publicado en 2019. Según esto, el riesgo de enfermedad renal crónica aumenta en un 61% con el consumo regular de bebidas azucaradas durante un largo periodo de tiempo (OR 1,61; IC 95%: 1,07-2,41). En general, el 6% desarrolló una enfermedad renal crónica durante un periodo medio de seguimiento de ocho años. El consumo de bebidas se evaluó mediante cuestionario, y la edad media al inicio del estudio era de 54 años. Para eliminar los factores de confusión, se realizó una estratificación con respecto a la TFGe al inicio, los factores demográficos, los factores de estilo de vida y otros aspectos. La evaluación posterior mediante análisis de regresión y ACP (“Análisis de Componentes Principales”) mostró lo siguiente: El riesgo de enfermedad renal crónica era un 61% mayor con un mayor consumo de bebidas azucaradas (OR 1,61; IC 95%: 1,07-2,41). La enfermedad renal crónica de nueva aparición se definió como la siguiente constelación: TFGe <60 ml/min por 1,73 m2 y ≥30% de disminución de la TFGe en comparación con los valores basales (TFGe ≥60 ml/min por 1,73 m2). Los autores concluyen que se necesitan más estudios para averiguar más sobre la relación entre los patrones de consumo/tipo de bebida y el riesgo de enfermedad renal crónica como base para unas recomendaciones dietéticas adecuadas [5].
Enfermedad renal: Debe reducirse el consumo de sal
En la insuficiencia renal crónica, los riñones sufren daños permanentes. Como consecuencia, el tejido se deteriora gradualmente, por lo que la función de los riñones sigue disminuyendo. Esto puede deberse a enfermedades renales congénitas o adquiridas, así como a la diabetes. La disminución de la actividad renal provoca diversos trastornos en el organismo. Por ejemplo, en la sangre se acumulan sustancias urémicas como la urea, el ácido úrico o la creatinina, que son tóxicas en concentraciones elevadas. Normalmente, estas sustancias se eliminan a través de los riñones en la orina. La pérdida de tejido renal también provoca alteraciones en el equilibrio hídrico, electrolítico y hormonal. Las consecuencias son anemia, hipertensión arterial y una mayor pérdida ósea (osteopatía renal). La tasa de filtración glomerular estimada (TFGe) se considera un parámetro para la evaluación clínica del grado de disfunción renal (tab. 1). En pacientes con enfermedad renal crónica en fases previas a la diálisis, el aumento del consumo de agua se asocia a una mejor función renal en diversos estudios observacionales [6]. Por el contrario, un ensayo aleatorizado en pacientes con ERC en estadio 3 (TFG 60-30 ml/min/1,73 m2) publicado en JAMA en 2018 no logró demostrar un beneficio del aumento de la ingesta de agua. A los pacientes de un grupo (n=316) se les indicó que bebieran más agua, mientras que al grupo de control (n=315) se les dijo que mantuvieran su ingesta de líquidos anterior. Que el grupo verum había bebido realmente más líquido era evidente por el mayor volumen de orina de 24 horas, que era 0,6 l superior al del grupo de control. El cambio medio en la TFG fue de -2,2 ml/min/1,73m2 en el grupo que aumentó la ingesta de líquidos y de -1,9 ml/min/1,73m2 en el grupo de control. Esta diferencia no fue significativa. El resultado puede no haber sido independiente de la metodología de ensayo, según los autores [7].
Además de beber lo suficiente, también es muy importante limitar el consumo de sal. La mejor forma de cuantificar la ingesta de sal es recogiendo orina durante 24 horas. Basándose en esto, se puede calcular la cantidad de sodio absorbida. El hecho de que una elevada ingesta diaria de sal sea un posible factor de riesgo para el desarrollo de hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares se viene debatiendo desde hace tiempo [9]. En lo que respecta a la enfermedad renal crónica, se comprobó empíricamente que durante un periodo de 48 meses la correlación con la dependencia de diálisis era menor con una ingesta de sal de <6 g/día, no se apreciaban diferencias importantes con 6-12 g/día, pero con una ingesta diaria de sal de >12g el riesgo de dependencia de diálisis aumentaba significativamente [10].
Que la osmolaridad urinaria está asociada a una mayor necesidad de diálisis lo demuestra un análisis retrospectivo de cohortes (n=273) en pacientes con enfermedad renal crónica (estadio 1-4) realizado por Plischke et al. 105 pacientes necesitaron diálisis durante el periodo de seguimiento (92 meses). Tras el ajuste estadístico por factores demográficos y de otro tipo (por ejemplo, aclaramiento de creatinina y diuréticos), se descubrió que una mayor osmolaridad de la orina era un factor de riesgo de dependencia de la diálisis. La osmolaridad óptima de la orina puede calcularse mediante una fórmula (recuadro).
Literatura:
- Sociedad Suiza de Nutrición (SGE): Recomendaciones nutricionales para los adultos mayores, www.sge-ssn.ch/media/Ernährungsempfehlungen_d_def.pdf
- Sociedad Alemana de Nutrición (DGE): Agua, dge.de/science/reference values/water/
- Mertens P: Mitos en nefrología. Presentación de diapositivas Prof. Dr. med. Peter Mertens, Magdeburgo (D). Tutorial/Foro de expertos, DGIM 5 de mayo de 2019.
- Strippoli GF, et al: Ingesta de líquidos y nutrientes y riesgo de enfermedad renal crónica. Nefrología (Carlton) 2011; 16(3): 326-334.
- Rebholz CM, et al: Patrones de bebidas consumidas y riesgo de enfermedad renal incidente. CJASN 2019; 14(1): 49-56.
- DGFN www.dgfn.eu/wissenschaftsnews-details/hoehere-trinkmenge-zum-schutz-der-nierenfunktion.html
- Clark WF, et al: Effect of Coaching to Increase Water Intake on Kidney Function Decline in Adults With Chronic Kidney Disease: The CKD WIT Randomized Clinical Trial. JAMA 2018; 319(18): 1870-1879.
- KDIGO: Directrices 2012, https://kdigo.org/
- Oficina Federal de Alimentación y Agricultura (BMEL): Resultados del estudio DEGS, www.bmel.de/SharedDocs/Downloads/Ernaehrung/Ergebnisse%20DEGS-Salzaufnahme.pdf;jsessionid=2E2E861F98424D603B373C4C17896386.2_cid376?__blob=publicationFile
- Vegher S, et al: Ingesta de sodio, inhibición de la ECA y progresión a ESRD. J Am Soc Nephrol 2012; 23(1): 165-173.
- Plischke M, et al.: Osmolaridad de la orina y riesgo de inicio de diálisis en una cohorte de enfermos renales crónicos: ¿un posible objetivo de titulación? PLoS One 2014; 9(3): e93226.
PRÁCTICA GP 2019; 14(12): 38-39