El diagnóstico de la esquizofrenia está sujeto a cambios constantes.
El ejemplo más destacado es el DSM-5, que se publicó en mayo de 2013 y ya desencadenó en los prolegómenos un controvertido debate sobre los diagnósticos psiquiátricos per se, que no ha cesado hasta hoy (véase, por ejemplo, NZZ am Sonntag, 12.1.2014). El problema básico es que los diagnósticos son conceptos categóricos que intentan agrupar un espectro dimensional de síntomas en grupos coherentes. Dado que no existen biomarcadores sólidos, fiables y específicos para la esquizofrenia ni para la mayoría de las demás enfermedades mentales, el diagnóstico sigue basándose casi exclusivamente en la historia clínica y los hallazgos psicopatológicos. Ni que decir tiene que estas fuentes de información están sujetas a cierta subjetividad. No hace falta decir, sin embargo, que esto no es específico de la psiquiatría, sino que se aplica a la medicina en general, aunque los procedimientos “objetivos” de diagnóstico por aparatos a menudo pretendan ser demasiado absolutamente objetivos.
Desde la introducción de los neurolépticos a mediados de la década de 1950, las opciones de tratamiento de la esquizofrenia han mejorado espectacularmente. Desgraciadamente, los éxitos favorables del tratamiento se vieron limitados por efectos secundarios frecuentes y en parte incapacitantes y estigmatizantes, especialmente los síndromes extrapiramidales. Además, mientras que los neurolépticos de primera generación son eficaces para los síntomas psicóticos productivos, son menos eficaces para los llamados síntomas negativos o minus, que son especialmente deletéreos para el funcionamiento social en muchos pacientes. La generación más reciente de fármacos antipsicóticos, los neurolépticos atípicos, ha resuelto en gran medida el problema de los efectos secundarios neurológicos. Estos fármacos también tienen un efecto ligeramente más favorable en cuanto a los síntomas menos. Sin embargo, muchos miembros de esta clase tienen tendencia a los problemas metabólicos y al aumento de peso, lo que plantea nuevos retos al clínico o a la terapia personalizada del paciente.
El enfoque actual de la CME “Esquizofrenia” en este número hace referencia a dos aspectos especialmente importantes y desafiantes en el manejo de esta enfermedad: el diagnóstico precoz y el tratamiento a largo plazo. Estamos convencidos de que en los dos artículos encontrará información importante y útil sobre cómo afrontar este reto en la práctica clínica diaria. ¡Le deseamos una lectura apasionante!
Prof. Dr. med. Erich Seifritz
Prof. Dra. med. Barbara Tettenborn
InFo Neurología y Psiquiatría 2014; 12(1): 3