Probablemente sea algún tipo de virus” es una afirmación común, no sólo en la vida cotidiana cuando alguien se siente mal, sino no pocas veces también en la consulta del médico.
Las escuchamos en la conversación de los pacientes con la auxiliar de consulta, pero también las utilizamos en la consulta. Este “dicho” me parece muy significativo. En la conciencia colectiva, implica que es algo común, incluso normal; algo que no necesita intervenciones diagnósticas adicionales, pero tampoco una terapia causal, porque “no hay nada que se pueda hacer de todos modos” y “se pasa solo”.
Y lo que parece una excusa nihilista es a menudo cierto: las enfermedades víricas con síntomas respiratorios o gastrointestinales junto con temperaturas (sub)febriles y algo de dolor de cabeza y en las extremidades son comunes, casi siempre autolimitadas e inofensivas. Tras un breve historial y un examen físico para descartar los signos de peligro de una enfermedad más grave, “algún virus” conduce al médico de cabecera a la sensata medicina de acompañamiento en el proceso natural de curación y al paciente a la tranquilidad y confianza en sus poderes curativos. Al no utilizar métodos de amplificación biológica molecular para el diagnóstico específico del virus y al no emplear terapias antibióticas innecesarias, seguimos siendo conscientes de los costes y no contribuimos al problema en rápido desarrollo de la resistencia bacteriana.
Sin embargo, no todas las infecciones víricas son autolimitadas e inocuas, y durante mucho tiempo la medicina convencional apenas dispuso de terapias antivirales eficaces contra ellas. La vacunación contra muchas de estas enfermedades se estableció como medida preventiva. La inmunidad de los rebaños con una cobertura de vacunación de la población superior al 95% tiene el potencial de erradicar las enfermedades víricas cuyo único huésped es el ser humano (por ejemplo, la viruela, la poliomielitis, el sarampión) o al menos hacerlas desaparecer en una región geográfica (cf. artículo de Niederer-Loher, Schöbi). Existen vacunas contra otras enfermedades potencialmente mortales con reservorio animal, como la fiebre amarilla, la meningoencefalitis estival precoz o la rabia, que garantizan una protección prácticamente del 100% para las personas de riesgo (cf. artículo de Beck).
La búsqueda de vacunas eficaces contra enfermedades víricas crónicas como el VIH y la hepatitis C ha sido hasta ahora infructuosa. Se han desarrollado y se están desarrollando quimioterapéuticos antivirales muy eficaces contra estos virus, que pueden curar estas enfermedades mortales (hepatitis C) o suprimir su actividad hasta tal punto que resulta una esperanza de vida casi normal y las personas infectadas ya no pueden transmitir esta infección (VIH, cf. artículo de Staehelin, Hauser, Furrer).
Para que nuestra población se beneficie de forma óptima de nuestros medios profilácticos y terapéuticos, tenemos que explicar a nuestros pacientes, pero también ya a nuestros hijos, que no todas las enfermedades son “algún virus”.
Prof. Dr. med. Hansjakob Furrer