Con una prevalencia del 1-2%, la fibrilación auricular (FA) es la arritmia más común de todas: sólo en Europa la padecen más de seis millones de personas.
El riesgo de desarrollar una FVC aumenta con la edad. Por lo tanto, cabe suponer que la prevalencia se duplicará en los próximos 50 años debido al aumento constante de la esperanza de vida [1].
La fibrilación auricular no supone una amenaza para la vida como trastorno del ritmo en sí, pero se asocia a un aumento de las tasas de morbilidad y mortalidad, razón por la cual el tratamiento eficaz de la fibrilación auricular es cada vez más objeto de interés [2, 3].
El tratamiento de la fibrilación auricular en no sólo requiere mucho tiempo, sino que también conlleva unos costes elevados. Existen básicamente dos enfoques terapéuticos diferentes, el control de la frecuencia y el control del ritmo; ambas estrategias incluyen una profilaxis óptima del tromboembolismo con anticoagulantes. En contra de las expectativas de muchos, los resultados de los estudios sugieren que el control del ritmo, es decir, el restablecimiento y el mantenimiento del ritmo sinusal, no tiene ninguna ventaja sobre el control de la frecuencia en lo que respecta a los eventos cardiovasculares. En pacientes más jóvenes (<65 años), sin embargo, el control del ritmo parece estar asociado a una mortalidad significativamente menor y a un menor riesgo de desarrollar insuficiencia cardiaca [4].
En comparación con el control del ritmo, el control de la frecuencia puede considerarse una especie de solución de compromiso cuando los pacientes siguen sintomáticos. Esta voluntad de compromiso no es nueva en la medicina cardiovascular actual; es precisamente el desarrollo de tecnologías más mínimamente invasivas lo que ha promovido la voluntad de compromiso con respecto a la consecución del objetivo terapéutico. Por ejemplo, desde la introducción del tratamiento mínimamente invasivo de la estenosis de la válvula aórtica mediante una válvula transcatéter, se ha aceptado la insuficiencia aórtica residual debida a una fuga protésica paravalvular [5]. Resulta aún más sorprendente que muchos colegas se sorprendan de que el riesgo a largo plazo del paciente se vea afectado negativamente por este problema.
Observamos un fenómeno similar en la intervención transcatéter de la válvula mitral, en la que la regurgitación mitral residual o la estenosis mitral desarrollada “iatrogénicamente” se asocia a un aumento de la mortalidad en los pacientes tratados [6].
La cirugía cardiaca, a menudo equiparada a la “máxima invasividad”, también está evolucionando hacia técnicas menos traumáticas. Sin embargo, el objetivo terapéutico de la cirugía cardiaca sigue siendo la rehabilitación completa de la enfermedad. Los pacientes y los médicos remitentes confían en que una válvula cardiaca instalada quirúrgicamente funcione perfectamente o que el flujo sanguíneo al músculo cardiaco mejore a largo plazo tras un bypass aortocoronario. ¿Por qué no planteamos exigencias similares a la terapia de la fibrilación auricular? ¿Preferiría tener fibrilación auricular de frecuencia controlada o ritmo sinusal?
Bibliografía del editor
PD Dr. med. Alberto Weber